Occidente

La ablación sí va con nosotros

Hoy es el Día Internacional contra la Mutilación Genital Femenina. No ha habido muchas alharacas, a fín de cuentas no se conocen casos de españolas caucásicas mutiladas y somos así de egoístas. Pero la ablación del clítoris sí va con nosotros. El miedo al placer de la mujer es una constante histórica. El deseo de someterla y sojuzgarla, aún mutilándola, pervive a través del tiempo y las culturas. La ablación va con nosotros porque hay mujeres y niñas en España que la han sufrido o van a sufrirla y está en nuestra mano o bien evitarlo antes de que suceda o bien que los que cometan uno de estos crímenes -entre los segundos más graves en nuestra legislación después del homicicio,- paguen por ello hasta doce años de prisión.

Dos casos en la Audiencia Nacional

A la Audiencia Nacional, con competencia en estos delitos cuando se cometen en el extranjero, han llegado por primera vez dos casos. Uno de ellos está aún en fase de instrucción y el otro, cuya investigación ya ha concluido, probablemente no será juzgado porque la ablación fue cometida antes de que los padres vinieran por primera vez a España y, por tanto, no conocían la prohibición de una práctica que en su cultura es habitual. La Fiscalía ha pedido el archivo y no acusará debido a esta circunstancia. No existe ninguna otra acusación personada.

Los médicos son la esperanza en la lucha contra la impunidad de estos delitos. El hecho de que reconozcan de forma sistemática a las niñas que lleguen a su consulta y que,en caso de encontrar mutilaciones, procedan a denunciarlas, es la vía abierta a la acción de la Justicia.

En nuestro país la ablación está castigada siempre que los responsables se encuentren en nuestro territorio. Responsables en el sentido amplio y legal del término. Esto incluye también a los padres que lleven a sus hijas de vacaciones a su país de origen y regresen con ellas mutiladas. Incluso si ellos no la han llevado a cabo, incluso si afirman no saberlo, porque en todo caso al llevarlas a un lugar en el que sabían que podían ser agredidas de esta forma bestial las pusieron en un peligro evidente.

No es una cuestión que afecte sólo a las mujeres en riesgo. Nos afecta también a nosotros como sociedad. No podemos tolerar que esto siga sucediendo, a ninguna mujer, pero menos a las niñas que salen al recreo con nuestros hijos y cuya vida psicológica y sexual, incluso física, puede quedar machacada en un viaje a ver a los abuelos.

Cerremos espacios de impunidad. Mostrémosles que no tiene ningún objeto religioso ni cultural someter a sus hijas a ese drama pero que quede claro que en caso de que este discurso no les persuada, en nuestra esquema de valores existe una Ley que preserva los derechos de esas niñas.

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El mundo árabe identifica a su verdadero enemigo

A veces nos resistimos a abrir una rendija a la historia. Eso ha sucedido con la radical novedad de la revolución que recorre el mundo árabe. La hemos dejado asentarse en los informativos, en las tertulias y en nuestro ánimo cuando ya había cuajado y trascendido fronteras. Tras la primera inmolación de Túnez, nos miramos con un guiño de extrañeza. Y seguimos. El goteo de personas que decidían hacer algo tan incomprensible para nosotros como prenderse fuego y morir se iba sucediendo. De Túnez a Egipto, en Yemen, incluso se ha informado de al menos una en Marruecos.

No voy a contar aquí los hechos sino a consignar las reflexiones que me han provocado. Anoche apunté alguna en «Al Rojo Vivo«, en La Sexta2, pero no hubo mucho tiempo. Los movimientos de liberación que se están produciendo en el Magreb y se extienden a otros países árabes contienen en sí una novedad radical: por primera vez centenares de miles de jóvenes árabes, de clases más o menos instruidas, han identificado correctamente al enemigo real al que se enfrentan. Ya no tragan con la rueda de molino de que su opresor es un Occidente que no les permite acceder al bienestar y que les mantiene alejados de todo aquello que exhibe ante ellos. No, ahora son conscientes de que sus tiranos son sus gobernantes corruptos y dictatoriales. La diferencia no es baladí. El germen identificado del terrorismo islamista, del yihadismo, siempre fue en gran medida la frustración que esa opresión de Occidente producía en jóvenes instruidos que se veían obligados a vivir en condiciones de libertad y de bienestar muy distintas de las que la cultura y la sociedad prevalente les había enseñado. Eran estos jóvenes sin futuro, arrumbados en los barrios pobres del Magreb o en las ciudades dormitorio de la inmigración, los que eran carne de cañón para el terrorismo yihadista.

Y ahora son decenas de miles de jóvenes los que emprenden la revolución de origen autóctono y endógeno que estos países nunca habían vivido. Algo similar a las revoluciones burguesas que atravesaron las democracias occidentales hace unos siglos. El primer inmolado era un ingeniero que se ganaba la vida vendiendo en la calle. Como él, miles de jóvenes en Túnez habían sido engañados con una educación universitaria que intentaba convencer al pueblo de que avanzaban, pero que era pura tramoya ya que la corrupción del régimen impedía el acceso a ningún puesto cualificado a nadie que no pertenecería al entorno de la Familia. La versión de peluquera Corleone y su amigo Ben Alí ha sido tumbada en una revolución. Una revolución laica.

Es evidente que existe algún riesgo de que las transiciones democráticas que pudieran derivarse de estos procesos terminen dando un papel preponderante a los partidos islamistas. Eso no exime a Europa de su papel histórico. Obama lo ha comprendido. Nuestra seguridad no puede construirse sólo desde la perspectiva pacata de la restricción no sólo de nuestras libertades sino también del acceso a la libertad de otros pueblos. Los dictadores controlaban a los islamistas y nosotros les dabamos palmaditas a escondidas aunque luego corriéramos a lavarnos las manos.

La historia pide ahora otra cosa a Europa. Estemos a la altura.

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