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El mundo árabe identifica a su verdadero enemigo

A veces nos resistimos a abrir una rendija a la historia. Eso ha sucedido con la radical novedad de la revolución que recorre el mundo árabe. La hemos dejado asentarse en los informativos, en las tertulias y en nuestro ánimo cuando ya había cuajado y trascendido fronteras. Tras la primera inmolación de Túnez, nos miramos con un guiño de extrañeza. Y seguimos. El goteo de personas que decidían hacer algo tan incomprensible para nosotros como prenderse fuego y morir se iba sucediendo. De Túnez a Egipto, en Yemen, incluso se ha informado de al menos una en Marruecos.

No voy a contar aquí los hechos sino a consignar las reflexiones que me han provocado. Anoche apunté alguna en «Al Rojo Vivo«, en La Sexta2, pero no hubo mucho tiempo. Los movimientos de liberación que se están produciendo en el Magreb y se extienden a otros países árabes contienen en sí una novedad radical: por primera vez centenares de miles de jóvenes árabes, de clases más o menos instruidas, han identificado correctamente al enemigo real al que se enfrentan. Ya no tragan con la rueda de molino de que su opresor es un Occidente que no les permite acceder al bienestar y que les mantiene alejados de todo aquello que exhibe ante ellos. No, ahora son conscientes de que sus tiranos son sus gobernantes corruptos y dictatoriales. La diferencia no es baladí. El germen identificado del terrorismo islamista, del yihadismo, siempre fue en gran medida la frustración que esa opresión de Occidente producía en jóvenes instruidos que se veían obligados a vivir en condiciones de libertad y de bienestar muy distintas de las que la cultura y la sociedad prevalente les había enseñado. Eran estos jóvenes sin futuro, arrumbados en los barrios pobres del Magreb o en las ciudades dormitorio de la inmigración, los que eran carne de cañón para el terrorismo yihadista.

Y ahora son decenas de miles de jóvenes los que emprenden la revolución de origen autóctono y endógeno que estos países nunca habían vivido. Algo similar a las revoluciones burguesas que atravesaron las democracias occidentales hace unos siglos. El primer inmolado era un ingeniero que se ganaba la vida vendiendo en la calle. Como él, miles de jóvenes en Túnez habían sido engañados con una educación universitaria que intentaba convencer al pueblo de que avanzaban, pero que era pura tramoya ya que la corrupción del régimen impedía el acceso a ningún puesto cualificado a nadie que no pertenecería al entorno de la Familia. La versión de peluquera Corleone y su amigo Ben Alí ha sido tumbada en una revolución. Una revolución laica.

Es evidente que existe algún riesgo de que las transiciones democráticas que pudieran derivarse de estos procesos terminen dando un papel preponderante a los partidos islamistas. Eso no exime a Europa de su papel histórico. Obama lo ha comprendido. Nuestra seguridad no puede construirse sólo desde la perspectiva pacata de la restricción no sólo de nuestras libertades sino también del acceso a la libertad de otros pueblos. Los dictadores controlaban a los islamistas y nosotros les dabamos palmaditas a escondidas aunque luego corriéramos a lavarnos las manos.

La historia pide ahora otra cosa a Europa. Estemos a la altura.

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